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Ocho mil niños cantando y bailando en español Dios está aquí recibieron al Papa Francisco en la Ciudad de la Amistad de Akamasoa (que significa "buenos amigos"), en la periferia de Antananaribo.
Allí abrazó con afecto al llegar al sacerdote argentino Pedro Opeka, misionero de la Congregación de la Misión, quien la fundó allí, encima de un antiguo basurero, en 1970, para rescatar a pequeños que malviven en la calle y darles la oportunidad de una vida más digna.
Ya en el auditorio de Manantenasoa, el padre Opeka saludó al Papa recordando que Akamasoa “era un lugar de exclusión, de sufrimiento, de violencia y de muerte” y después de treinta años “la Divina Providencia creó un oasis de esperanza en el cual los niños han recuperado su dignidad, los jóvenes volvieron a la escuela, los padres comenzaron a trabajar para preparar un futuro a sus hijos. La pobreza extrema en este lugar la hemos erradicado gracias a la fe, al trabajo, a la escuela, al respeto recíproco y a la disciplina. Aquí, todos trabajan".
En su respuesta, Francisco dijo que le producía gran alegría volver a ver al padre Opeka, su "viejo alumno" en la Facultad de Teología en los años 1967-68. Con humor, recordó que "después él no siguió estudiando, encontró el amor por el trabajo, por trabajar. Muchas gracias, padre".
Akamasoa es la expresión de la presencia de Dios en medio de su pueblo pobre; no una presencia esporádica, circunstancial, es la presencia de un Dios que decidió vivir y permanecer siempre en medio de su pueblo”, afirmó Francisco. El Señor "ha escuchado el clamor de los pobres" y la Ciudad de la Amistad es "un canto de esperanza que desmiente y silencia toda fatalidad. Digámoslo con fuerza: ¡la pobreza no es una fatalidad!”.
Es una "historia de valentía y ayuda mutua”, en cuyos cimientos "encontramos una fe viva que se tradujo en actos concretos, capaz de ‘mover montañas’. Una fe que permitió ver posibilidad donde sólo se veía precariedad, ver esperanza donde sólo se veía fatalidad, ver vida donde tantos anunciaban muerte y destrucción”.
Francisco alabó la “educación en valores" de "esfuerzo, disciplina, honestidad, respeto a uno mismo y a los demás" que transmitieron "aquellas primeras familias que iniciaron la aventura con el padre Opeka": “El sueño de Dios no es sólo el progreso personal sino principalmente el comunitario", porque "no hay peor esclavitud que la de vivir cada uno sólo para sí”.
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