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Premian a una científica argentina por los avances sobre el dengue

Andrea Gamarnik recibirá en París el galardón internacional L'Oréal-Unesco. Descubrió como muta y se propaga el virus.


Más allá del horror que esta vez golpeó a una capital vecina, al viajero que esta semana llega a la Ciudad Luz lo reciben en el aeropuerto y las calles pósters con los rostros sonrientes de cinco científicas brillantes que investigan en las fronteras de la ciencia mundial. Esta tarde, ellas recibirán el Premio Internacional L’Oréal-Unesco para Mujeres en la Ciencia, una distinción que desde hace 18 años otorga 100.000 euros a una investigadora por continente elegida entre cientos de postulaciones de la región geográfica en la que vive y trabaja.

Dentro de este exclusivo “seleccionado de las estrellas” está la argentina Andrea Gamarnik, elegida este año por América latina y el Caribe, y jefa del Laboratorio de Virología Molecular del Instituto Leloir, donde estudia el virus del dengue, cómo hace para infectar una célula de mosquito o humana, para multiplicarse dentro de ella y para pasar de una especie a otra.

“Por medio de la investigación básica, intentamos encontrar estrategias antivirales, identificar partes del virus que uno puede atenuar o modificar para el desarrollo de nuevas vacunas, y blancos fundamentales para evitar su multiplicación”, cuenta Gamarnik, un nombre de referencia internacional en el tema que actualmente ocupa el primer plano de las preocupaciones regionales por una epidemia que ya supera la de 2009, año en que Gamarnik recibió la versión nacional del mismo premio.

Criada en Lanús y primera integrante de su familia que estudió una carrera universitaria, Gamarnik se doctoró en Bioquímica en la Universidad de Buenos Aires y se posdoctoró en la de California en San Francisco. Volvió al país cuando se iba Fernando de la Rúa, para hacerse cargo del laboratorio que hoy dirige, puesto que obtuvo por concurso internacional.



En los últimos 15 años, desentrañó varias de las claves de la naturaleza de este virus que afecta a 390 millones de personas por año. Junto con su equipo, logró visualizar su conformación circular y definir qué es esencial para que se multiplique dentro de la célula, describió cómo se amplifica su material genético por mecanismos diferentes del que usan otros virus, y determinó que hay otros, como el que causa la fiebre amarilla, que emplean un modus operandi similar. También identificó una estructura en el ácido ribonucleico (ARN) viral que es la que le permite singulares mecanismos de adaptación.

“El dengue pertenece a una gran familia conocida como «flavivirus», que son en su mayoría transmitidos por insectos -explica-. El zika es muy parecido y por eso uno de nuestros objetivos es compararlos y ver si podemos extrapolar parte del trabajo que hicimos durante estos 15 años para diseñar herramientas específicas. Una de las cosas que necesitamos es desarrollar métodos de diagnóstico que nos permitan diferenciarlos con precisión.”

Para la investigadora, es urgente que la comunidad científica invierta energía en definir cuáles son las formas de transmisión del zika (surgieron evidencias de que podría ser por vía sexual, o entre la madre y el bebe en gestación), que se aclare su patogénesis y que se acelere el desarrollo de inmunizaciones. “La que se está probando para dengue va a tener utilidad, pero hay que mejorarla”, afirma. Entre otros interrogantes todavía sin respuesta está dilucidar qué sucede si una persona se infecta primero con dengue y después con zika, algo teóricamente probable porque ambos microorganismos circulan en las mismas regiones. “En el caso del dengue, cuando uno se infecta con un serotipo distinto corre más riesgo de tener síntomas graves -dice Gamarnik-. ¿Ocurre lo mismo entre el dengue y el zika? Todavía no lo sabemos y tenemos que proponer respuestas basadas en datos objetivos.”

Acerca de los problemas de género en la ciencia, la investigadora considera que no están perimidos y siguen mereciendo un debate. “Las mujeres tienen más dificultades para ser exitosas o llegar a cargos de liderazgo -explica-. Si uno mira los números del Conicet, podría considerar que hay paridad porque las mujeres somos aproximadamente el 50%, pero esto se da en las primeras categorías de la carrera. Cuando uno se fija en los niveles superiores, la proporción desciende a un 20 o 30%. En mi laboratorio tuvimos 14 bebes en 15 años, pero no es fácil, porque a veces la licencia por maternidad impacta en la producción. Hay que encontrar cómo allanar esas dificultades, para las mujeres y también para los hombres. Este premio es un estímulo muy grande, nos invita a pensar cuáles son las trabas que enfrentamos y a trabajar para eliminarlas.”

Y enseguida concluye: “Hacer ciencia en la Argentina tiene sus desafíos, pero es posible. En estos diez años se avanzó muchísimo, se desarrolló investigación de calidad y se crearon muchos grupos. Personalmente, veo el futuro con preocupación. Los subsidios que tenemos perdieron un 50 o 60% de su valor, porque nuestros insumos son todos importados. Sería importante tener señales de la continuidad de los proyectos que se han iniciado y que valen la pena”.


Fuente: La Nación, Nora Bar



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