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Este 2 de Abril se conmemora los 42° aniversario de la Gesta de Malvinas; hito singular en la larga historia de la lucha Argentina por la recuperación de la soberanía sobre las Islas.
Compartimos el cuento «PASCUCHO» de la compañera docente Lucía Pabón Morales, integrante de la Asociación de Escritores de Entre Ríos.
«Aurelia, se sienta en un sillón en el patio de su casa, mira al cielo y ve pasar la primera nube de las 5 de la tarde. Mece entre sus brazos una pequeña virgen del Carmen y un libro de cocina.
Aurelia, tiene la cabellera blanca ,como la nieve ,sus ojos vivaces y del color del mar. Su memoria está intacta ¡Cómo olvidar!.
Recuerda, cuando nació Julio Cesar o mejor dicho Pascucho, como lo llamaban, extrañamente se escuchaba a lo lejos una radio donde pasaban una marcha patriótica, tema de “cargada” para la joven madre y por años para el recién nacido. ¡Macho y Argentino, dijo la partera! Quienes asistieron a la joven parturienta dijeron que tal vez fuera una premonición de que ese niño podría ser alguien importante para el país el día de mañana ¿tal vez un maestro, o un gran médico o por qué no, un presidente de la nación?
Lejos quedó todo eso y Pascucho fue creciendo sano y fuerte. Era inquieto e innovador. Le encantaba el fútbol, de hecho con su mamá trazaron en el fondo de su casa una canchita, su madre obvio era el arquero, los hermanos y amigos conformaban el equipo restante.
Le gustaba ir a la escuela. Su primaria la hizo en la escuela de Don Cristóbal Segundo, departamento Nogoyá y secundaria el primer año en la escuela agrotécnica Las Delicias. Le encantaba cocinar. Cuando lo hacía quien debía dar el veredicto de su plato realizado era su mamá, Aurelia, no permitía que sus hermanos lo probaron antes.
No había trabajo en el pueblito donde vivía Pascucho. Le dijo a su mamá que quería ingresar a la armada y conocer el mundo, así fue que entró a la marina y en poco tiempo en enero del 82 se recibió de cabo. Todo era alegría entre los familiares del joven Pascucho, hasta que anunció que debía ir al atlántico sur a bordo del crucero Gral Belgrano, el barco escuela ¡por excelencia en ese entonces!. Su mamá estaba feliz por su hijo, pero temía por los rumores de un conflicto con los ingleses y Las Malvinas, pero de inmediato, Pascucho le dijo que se tranquilizara porque si surgía un problema, ese barco no se podía tocar por nada del mundo, ya que se habían firmados convenciones y tratados internacionales de respeto mutuo. El crucero era una verdadera escuela flotante.
En unos de sus tantos viajes a su pueblo, Don Cristobal, Pascucho le había propuesto a su mama tatuarse algo que significara que la distancia no era importante sino su amor que era recíproco. Obvio que Aurelia lo sacó corriendo-¡Pero que ideas raras tenés, gurí, ni loca me hago pinchar y vos tampoco lo hagas! Le dijo ella.
El tiempo corrió y junto con él, el horror de la guerra. La guerra que se desató en Argentina, se inició bajo en nombre de «Operación Rosario», un plan de desembarco en Islas Malvinas. La idea, en principio, era canalizar el conflicto bélico, plantando e izando nuestra bandera Argentina y calmar la animosidad popular de aquel entonces, producto de un gobierno de facto que arrastró al «Pueblo Argentino» en un abismo económico y caótico.
Aurelia trabajaba en casa de familia cuando escuchó una marcha patriótica, la misma que había escuchado cuando nació su hijo, Pascucho, y se le erizaron los pelos. De inmediato la locutora lee el comunicado del ataque al crucero Gral Belgrano. Fue una puñalada al corazón, esa noticia. No podía respirar, sus manos sudorosas hicieron caer un plato que estaba secando.
Al día siguiente a través de colectas, se dirigió desde su pueblo, a la ciudad de Crespo, donde podia obtener más información. Le manifestaron que su hijo estaba en la lista de los 270 rescatados. Una alegría inmensa la envolvió y en una urna puesta en ese lugar, le pidieron depositar plata para traer a los jóvenes rescatados. Puso hasta el último peso de su sueldo de empleada doméstica, más dinero que había pedido prestado.
La espera del regreso se hizo eterna y un 15 de mayo a través de un telegrama le informaron que su hijo había quedado en el fondo del mar.
En el crucero ARA, Pascucho, había manifestado que deseaba volver a su querido Don Cristobal, donde lo esperaba una casa humilde, con olor a comida, y el tan ansiado reencuentro de sus familiares, amigos y su amada madre. Lamentaba el olvido de unos regalos en la tienda de Doña Norma en Ushuaia, ya que uno era para su mamá y el otro para su querida y pequeña prima Fernandita, que ya tenía una colección de muñecas pero era muy fanática de ellas.
El ARA General Belgrano se hundió en horas de la cinco de la tarde un frío 2 de mayo de 1982 y fuera de la zona de guerra establecida.
Los tres torpedos que disparó el submarino nuclear Conqueror, fueron certeros y fatales. El fuego se expandió por todo el barco envolviendo a todos los jóvenes que estaban cercanos a la explosión. Muchos chicos se tiraban al agua helada del mar, por la desesperación de las llamas que lo quemaban, entre ellos Julio Cesar, o mejor dicho Pascucho.
El Belgrano se hundió a 4.200 metros de profundidad y a la fecha, sus restos no han sido hallados. Todo ese sector o área fue declarado” Lugar Histórico Nacional y Tumba de Guerra”.
Julio César Monzón Pascucho, fue uno de los quince entrerrianos que murieron en el crucero General Belgrano, durante la Guerra de Malvinas
El Consejo General de Educación de Entre Ríos, le rindió homenaje colocando el nombre, Crucero A.R.A General Belgrano a la Escuela Agrotécnica Nº 49 de Don Cristóbal . Con un sentimiento de nobleza y gratitud en común, el pueblo donde nació este joven héroe, la llama «Julio César Monzón», nombre que por derecha y respeto le corresponde.
Aurelia se mece en su silla ,acaricia su virgen del Carmen ,el libro que le llegó años después en una encomienda, por una tal Norma, que tenía un bazar donde jóvenes marineros compraban regalos para sus madres y seres queridos. La nube, infaltable a la cita de la 5 de la tarde, como todos los 2 de mayo, acaricia el rostro de Aurelia, como un beso, ella toca su brazo, suavemente, con el amor más genuino, donde se tatuó con orgullo Las Malvinas Argentinas y el nombre de su querido hijo, Pascucho.»
(Pascucho, cuento de Lucía Pabón Morales)
A la memoria del soldado conscripto naval Alcides Gómez (Vera - Santa Fe), que también perdió su vida en el ataque al crucero General Belgrano.
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