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En la actualidad, en nuestro país viven más de 5 millones de personas que reconocen tener algún tipo de Dificultad o Limitación Permanente (PDLP), lo que significa un 12,9 % de la población total. De ese importante número se desprende que casi el 60% de ese total presenta algún tipo de discapacidad visual, el 20% una dificultad motriz inferior y el resto cognitiva (8,4%), auditiva (8,3%) y motora superior (3,8%).
Este fenómeno social ha requerido un esfuerzo cada vez más acentuado del Estado, en cuanto la gestación de políticas públicas guiadas a integrar a este colectivo de ciudadanos que requieren de atenciones especiales para desarrollar sus capacidades más plenamente. Y aunque existen pensiones, tarifas diferenciales, leyes de accesibilidad a edificios públicos, estacionamientos adaptados, sanitarios especiales y un largo etcétera de medidas que, aunque en algunas partes se cumplen más que en otras, no son suficientes para dar una respuesta definitiva a las múltiples demandas.
Es por ello que, a la par del Estado, es la sociedad intermedia –llamada también sociedad civil- la que debe organizarse para hacer su aporte a la variadas realidades sociales complejas que necesitan de las acciones en conjunto de los actores sociales, y, mucha veces, hasta del propio sector directamente afectado.
Estos datos, además de posibilitar acciones concretas y específicas, traen aparejado un sinfín de historias que no logran –y que tampoco pueden- ser reflejadas por la frialdad de los números, la abstracción de los índices y la información sintética de las presentaciones estadísticas.
Experiencias como la de CILSA, la organización no gubernamental santafesina creada por la iniciativa de un grupo de personas con discapacidad motriz y gracias al apoyo de profesionales especialistas en rehabilitación, que desde 1966 tiene una fuerte presencia social con programas y proyectos que promueven la equidad y la inclusión social, laboral, cultural, deportiva y educativa.
El funcionamiento de CILSA ha crecido tanto que actualmente se ha formado una red que abarca las ciudades de Santa Fe (donde se encuentra la sede central), Rosario, Mar del Plata, Buenos Aires, La Plata, Córdoba, Mendoza y Puerto Madryn; cuyo principal sustento económico son los aportes de los Socios Protectores de la organización y de otras donaciones donaciones.
Los números de CILSA son elocuentes, desde que empezó a desarrollarse el programa nacional de entrega de elementos ortopédicos en 1995, se han repartido más de 37 mil sillas de ruedas a personas, en su mayoría a niños de escasos recursos; desde 1997 se han dictado más de 115.000 charlas y talleres de concientización en las escuelas; además, se ha avanzado con más de 2.000 proyectos educativos y el número de beneficiarios de becas de estudios y de oportunidades asciende a algo más de 4.000 personas, entre otras cifras.
Esta red de solidaridad ha podido expandirse tanto que ha llegado a tocar los rincones más lejanos de la Argentina y del mundo, esto es así al punto que, hace unos días, un noble acto de agradecimiento tomó forma de carta hecha ‘a la vieja escuela’.
Escrita de puño y letra –quizá uno de los métodos que más conserva la identidad de quién escribe-, enviada por el tradicional sistema de correo no electrónico –el que cotidianamente suplía las necesidades comunicativas a distancia antes que el internet revolucionara las comunicaciones- y con remitente de la ciudad costera por excelencia, la Mar del Plata de las playas más populares de la Argentina.
Esta carta viajó desde allí hasta Vera, la cabecera del departamento más grande de la provincia de Santa Fe, en el corazón del norte litoraleño donde vive una de esas Socias Protectoras de CILSA. Eldina cuenta que hace muchos años colabora con la O.N.G., cuando vivía en Santa Fe primero, y ahora directamente hace un aporte que se debita automáticamente de su sueldo.
Hace unos días, la señora de 70 años se desayunó con la emotiva sorpresa en la puerta de su casa. “Era una carta de agradecimiento por mi colaboración con CILSA. En el momento sentí mucha emoción porque pensé: ‘¡Qué feliz se puede hacer a alguien con un mínimo aporte!’”, cuenta satisfecha.
El mensaje principal que quiere compartir Eldina, la abuela solidaria, es que “tenemos que ayudar, no es complicado el trámite, te lo descuentan del recibo de sueldo, y por más mínimo que sea el aporte, para quien lo recibe siempre es importante”.
Del otro lado se encuentran Walter y su hermana Norma, quienes, desde orillas del Mar Argentino, decidieron escribir este simple, sencillo y conmovedor reconocimiento a la solidaridad de esta abuela verense. Es en uno de los tramos de la misiva donde se puede entrever la cuestión de fondo, el verdadera perspectiva de lo que significa una ayuda a quien realmente necesita de un elemento ortopédico para desarrollar sus capacidades más plenamente: “Ahora puedo desplazarme, ir a rehabilitación, estar cómodo y salir a pasear”, dice Walter antes de finalizar.
“Mis palabras son: Muchas pero muchas gracias”.
Significativo, fuerte y rotundo, como la rutina de alguien que elige luchar día a día de forma consciente contra las dificultades propias de sus condiciones de vida y reconfortante como la decisión firme del que le tiende la mano a un Otro, con el único objetivo de compartir las alegrías.
Si queres colaborar con CILSA hace click acá o comunícate al 0810 777 9999.
Juan José Storti | Edición Vera|
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