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Alberto Motie es el nombre de un hombre de trabajo, un ciudadano como tantos otros que decidió no claudicar jamás en su lucha frente a frente contra los ciclos de inestabilidad y de ajustes de la económica argentina.
Afrontando los angustiantes períodos de desocupación o subocupación y conviviendo con las promesas vacías de los oportunistas que históricamente han estado a la orden del día y que siempre han generado más expectativas falsas que alivio real.
Nativo de la ciudad de Calchaquí, se fue convirtiendo en una persona sin fronteras ni partidos, ya que su búsqueda incansable de oportunidades lo ha llevado a “conocer todo el país” y a “golpear todas las puertas”, como él mismo cuenta con una mezcla de orgullo y desazón (esto último por haber sido el blanco de promesas de todo tipo).
Una de sus últimas batallas comenzó hace más o menos un año. Una tarde cualquiera, metes de por medio, como una opción más que le dio vueltas por su cabeza. El día lo había encontrado pensativo, evaluando posibilidades para hacerle frente sus problemas laborales, una de esas calurosas tardes de enero, cuando en algunos días la insistencia del sol no deja pensar con claridad, decidió elaborar una carta “con el corazón a la mismísima Presidenta”, relata Alberto entre mates, como aquel día en que le puso el punto final a su escrito, le arrancó la hoja al cuadernillo y la metió en un sobre que tenía como destino la Casa Rosada.
Alberto ha guardadoesta gran noticia para sus íntimos por varios días. Hace casi un año, cansado de golpear las puertas de los servidores locales, decidió apuntar más arriba y le redactó una carta de puño y letra a la mismísima Presidente de la Nación, Cristina Kirchner, sin más, con nada que perder. Este era un intento más en su incansablepedido de apoyo para que lo ayudasen a procurase un trabajo digno y una vida apacible para él, su mujer y sus hijos.
“Fue medio en secreto, porque también me dio un poco de vergüenza. ¿Quién me iba a creer que le había mandado una carta a la Presidenta?”, ironiza de buen ánimo,con el humor del protagonista de una historia con final feliz anticipado. “La tuve en la maleta cuando viajaba, fueron como tres o cuatro días, hasta que un día la mandé”, dice reflexivo, agradecido a él mismo por su decisión entre valiente y acertada.
En su escrito, cuenta,le detalló sus necesidades: “le contaba mi situación económica y social. Le dije que había golpeado muchas puertas y, que en definitiva, nunca había recibido una respuesta”.
“Necesitaba que me ayuden a trabajar. En Calchaquí he presentado proyectos de trabajo, pedí presupuestos, presenté garantías pero nunca se concretaron. Luego me fui a vivir a Crespo pero tampoco tuve suerte. La excusa era: ‘vos no sos de acá’”, recuerda de aquel tiempo de intentos fallidos. “Yo nunca voté allá”, advierte, como si hubiera comprobado que ese era el motivo de la cadena de infortunios.
Junto a su mujer, “el negocio de su vida”, madre de sus seis hijos, a quien conoció y con quien se casó en Córdoba y vivió en provincia de Buenos Aires, Calchaquí, Crespo y varios lugares más, llegó a la ciudad de Vera en 2013, y como era de esperarse, la tierra verense tampoco fue la excepción de aquella interminable sucesión de promesas políticas de herramientas, de subsidios y de proyectos, aunque fue esta tierra también el escenario de su última decepción que lo llevó a redactar la carta.
“Me vine a vivir a Vera en 2013 y apareció otro político de acá que me propuso conseguirme unas herramientas. Otra vez a presentar proyectos. Inclusive le dije ‘mirá que yo ya estoy grande para andar acarreando estas cosas’, pero el hombre insistió que aquello ‘saldría’, que me ayudarían a comprar un horno, una batidora y demás herramientas. Me dijeron 30 días, después 60, después llegó fin de año y cuando por fin lo pude encontrar me dijo que la ayuda se había estancado”, recuerda con sinsabor por no poder conseguir más que palabras.
Luego de su última decepción y después de pensar “qué tan difícil podía ser” conseguir la tan esperada ayuda, decidió dejarse de “pirinchajes” y contarle sus pesares, sus necesidades y sus ganas de trabajar directamente a la Presidente. “Lo consulté con mi mente nomás, ya no sabía qué hacer. En ese tiempo había quedado sin trabajo, estaba media complicada mi situación laboral, mi situación física también, andaba mal”, afirma hoy mirando el pasado como lejano, aunque fue hace apenas un año.
Tan perseverante como ese fuerte sol del verano norteño, con la misma firmeza que lo había sacado adelante tras un accidente automovilístico que sufrió hace 30 años, “le escribí la carta a la Presidente, arranqué la hoja del espiral del cuadernillo, compre un sobre blanco y me fui a lo del Dr. (Alejandro) Bustos. Él me consiguió la dirección, me escribió el sobre aunque no leyó la carta. Yo le había pedido que me la pase a computadora pero me dijo: ‘No Alberto. Hacela vos como te salga, con tu corazón, con tu verborragia’. A lo mejor eso resultó más efectivo, con errores y sin errores, por ahí no se entiende bien mi letra; la mandé así nomás, simple”, dice ahora satisfecho por haber seguido los consejos de su amigo y de su corazón.
“Eso fue en enero de 2014. En mayo o junio me estaba mudando a donde vivo ahora. Era un día en que yo no estaba del todo bien, me vine a pintar y me volví porque tenía unos problemas. Llegué a la casa donde vivía y me tocan el timbre. Era una señora que no conocía, me preguntó si era Alberto Motie, si era yo quién le había escrito una carta a la Presidenta. Le dije que sí, pero que había sido hace bastante tiempo”.
‘Póngase contento, le han contestado’
”Quédese tranquilo y póngase contento porque le han contestado”, fueron las palabras que había esperado tanto tiempo y que por fin llegaron, a pesar de que su historia le hacía dudar un poco de la veracidad de aquellos dichos de esa mujer desconocida que, increíblemente, era la vocera de una respuesta que había esperado durante largos años, desde que había comenzado con su peregrinación en busca de algún funcionario que le alivie su necesidad de trabajar.
La señora desconocida resultó ser Miriam Saavedra, una mujer que actualmente trabaja en el anexo de Desarrollo Social de nuestra ciudad y que sabe perfectamente lo que es pelearla desde abajo, perseverar y por fin ascender y triunfar con el sudor de la frente. “Ella me hizo una entrevista, verificó si era real yo, si era real lo que necesitaba y me dijo que había una cantidad ‘x’ de dinero para enviarme lo que más necesitaba en ese momento”, recuerda con un atisbo de incredulidad ante lo inverosímil del caso.
“Lo que más necesitaba era un horno y una batidora. Quedó asentado el pedido. Pasaron los meses, pasó fin de año, jamás volví a molestar. Llegó enero y hace 15 días atrás me llamó Miriam, me preguntó si estaba en casa, me pidió mi nueva dirección y me dijo que en 5 minutos estaría en casa”. Un llamado que Alberto pensó nunca llegaría, como nunca habían llegado las otras herramientas prometidas, ni las respuestas a los tantos proyectos presentados.
“Vino a mi casa el día domingo y me dijo que estaban llegando ‘sus cosas’”. –“¿Qué cosas?, pregunté. ‘Las cosas que habíamos pedido’, me dijo. Yo no sabía qué hacer, sentía alegría, un poco de satisfacción. En ese momento pensé: ‘PUCHA, SÍ SE PUEDE. ¿Cómo a mí me dieron tantas vueltas?’”. El deseo, la lucha, la perseverancia y la tozudez no habían sido en vano.
Hoy en día Alberto siente que sus inconvenientes físicos se han minimizado. Ya nadie le exigirá que haga esfuerzos imposibles para sus piernas que quedaron afectadas luego del accidente. Es más, sus horarios serán suyos y de su familia y el fruto de su trabajo también. Hoy Alberto se siente realizado. Sus ganas ahora sí son volcadas a elaborar lo que le gusta: hornear pan, facturas, bizcochos; impulsar un emprendimiento familiar, darle un beso a su esposa y a sus hijos; tener una vida más segura sin tantas idas y vueltas, con la tranquilidad de no depender de la promesa de nadie que se sienta un escaloncito más arriba en la pirámide social ficticia.
Con tiempo para participar, como siempre, activamente de algún club y compartir lo que sabe, hoy Alberto es el Alberto que buscaba hace mucho tiempo, al que algunos le dieron la espalda, el que se aferró a su familia y afectos. Hoy Alberto nos enseña que nunca nadie debe bajar los brazos.
“No se cansen de golpear puertas, si se te cierra una hay que apuntar un poquito más arriba”, es el humilde mensaje de quien consiguió la respuesta de Cristina.
Juan José Storti |Edición Vera|
Ilustración: Esteban Chapero
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