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Este domingo, cumple años Mafalda, la niña rebelde que, además de odiar la sopa al punto de descomponerse en la playa luego de imaginar que el mar es un gran plato de ese alimento, quiere ser intérprete de la ONU y proclamar la paz mundial.
Y como señaló en más de una ocasión su creador, Quino, si las tiras cómicas todavía siguen vigentes es porque “lamentablemente” el mundo no ha cambiado demasiado. Inflación, la jubilación, China, el feminismo y el vegetarianismo, política: Mafalda, la historieta argentina más universal y globalizada, aún tiene razón en (casi) todo.
Tanto Quino como Mafalda se inscriben en una tradición fulgurante de la historieta argentina, una de las más importantes a nivel mundial y la más destacada de América latina. Con antecedentes como Patoruzú (1928), de Dante Quinterno; Don Fulgencio (1934), de Lino Palacio; y revistas como El Tony (1928); la historieta local tiene su época dorada entre las décadas del ’40 y del ’70, al calor de la gran maquinaria editorial y de prensa gráfica, con revistas como Rico Tipo (1944-1972), de Divito; y Tía Vicenta (1957-1966 y 1977-1979), de Landrú.
Traducida a una veintena de idiomas (entre los últimos, al guaraní, el hebreo y el armenio), con una cuidada versión en Braille (disponible de forma gratuita en todas las bibliotecas públicas del país), y una película animada en 1982, Mafalda, la nena de abundante melena negra con corte “carré”, que fue publicada por primera vez el 29 de septiembre de 1964 en la revista Primera Plana, tiene en su origen un fundamento comercial.
Un año antes, a Quino le encargan una serie de tiras cómicas en las que se vea representada una “familia tipo”, con un vínculo explícito con los electrodomésticos. Como condición, todos los personajes deben llevar nombres que comiencen con la letra M.
La idea es promocionar en los medios de comunicación los productos de Mansfield, de la empresa Siam Di Tella. Pero el artilugio comercial es descubierto y esas tiras no se publican. Algunos meses después, Quino retoma algunas de esas ideas y da forma definitiva a Mafalda.
Para el nombre, su autor se inspira en una película: en Dar la cara (1962), de José Martínez Suárez con David Viñas como coguionista, hay una beba llamada Mafalda. Así surge el nombre de su más famosa creación.
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