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El proyecto de la socialista Bertero obtuvo media sanción con 20 votos positivos, 13 negativos y 5 abstenciones. La iniciativa permite fumigaciones aéreas y terrestres, desde los 100 metros de una zona urbana. Malestar entre ambientalistas, que acusaron de “genocidio” a los legisladores. Crónica de una jornada caliente en Santa Fe
Domingo Rodríguez, Mingo, y su pareja Isabel Sánchez siguen la sesión de la Cámara de Diputados en la que se trata la regulación del uso de agroquímicos. Se asoman desde la barra mientras esperan que se vote esa ley. Ellos tienen un tambo y producen de manera agroecológica en un campo de 30 hectáreas que alquilan en Díaz, en el centro sur provincial. Pero son y fueron víctimas de las fumigaciones: hace doce años perdieron a Milagros, su hija que nació con una malformación severa, y Mingo dice que él se enfermó de los huesos por el veneno que tiran desde los campos vecinos
Los dos militan en el colectivo “Paren de Fumigarnos”, que apoya una de las dos iniciativas que llegaron a la sesión de este jueves a la tarde. El proyecto de José María Tessa, que prohíbe las fumigaciones aéreas y pone como distancia mínima para las terrestres los 800 metros desde una zona urbana. La otra iniciativa, de la oficialista Inés Bertero, permite las aplicaciones aéreas desde los 800 metros y, por tierra, desde apenas 100.
Los ambientalistas comparten la barra con productores rurales y aeroaplicadores. Unos temen que el proyecto de Bertero sea ley. “Es regresivo, anticonstitucional y no proteje la salud, que es un derecho fundamental”, aseguran los primeros. Los otros, el de Tessa. “Nos restringe la capacidad de producir. El de Bertero es que el menos daño nos hace”, replica uno de los integrantes de Carsfe (la cámara que los nuclea). Pujan desde las gradas por dos iniciativas opuestas, por dos mundos distintos.
-¡Qué bárbaro! Tan poca gente decide sobre la vida de tantos-, interpela Alejandro, otro militante de Paren de Fumigarnos, de barba y pelo largo vestido con un buzo, a un aeroaplicador. El hombre con chomba rosa, vaquero oscuro y zapatos mantiene el silencio.
Los dos, codo a codo en la barra, siguen mirando a los legisladores. Alejandro insiste y ahora enfoca al hombre de chomba rosa.
-Es tremendo, ¿no?
-Disculpame, estoy escuchando.
Mingo es testigo del cruce entre el ambientalista y el aeroaplicador. “Yo no habló con ellos. Está todo dicho. Son los kiosqueros de Monsanto”, define. Él y su mujer culpan a los agroquímicos por la muerte de Milagros, su hija que vivió sólo 27 días. Nació con “espina bífida dorsal”. “En lugar de la parte baja de la columna, tenía un hueco, ni piel, ni hueso. Nos dijeron que si vivía iba a ser un vegetal”, describe ella, cruda.
Son las 16.50. Los diputados se preparan para votar el proyecto de Bertero, que obtuvo despacho de mayoría en comisión, en una mañana caliente. Se aprueba con 20 positivos (mayoría del Frente Progresista y el PRO), 13 negativos (Nuevo Encuentro, Movimiento Evita y el sector de Agustín Rossi) y cinco abstenciones.
Los productores y aeroaplicadores aplauden en la barra. “Ellos están contentos pero se están intoxicando también”, protesta Paulina Riera, del colectivo ambiental.
Justificaciones
Cuando empieza a hablar la socialista Bertero parece escuchar los insultos desde la barra. Son los segundos que ella recibe en una larga jornada. Los primeros fueron al mediodía, al salir de la comisión de Asuntos Constitucionales (un trámite que duró diez minutos). También hubo para Mario Lacava (PJ), Raúl Fernández (PRO), Ariel Bermúdez (CC-ARI) y Darío Boscarol (UCR), los otros firmantes, a quienes los ambientalistas responsabilizaron de “genocidio” y fomentar el cáncer(ver informe de Rosario3.com con mapa en Santa Fe).
Ahora, en su discurso en el recinto, Bertero reconoce que existe “una cuestión conflictiva de nuestro modelo productivo” y que “los agroquímicos en mayor o menor medida son tóxicos”
Destaca que el texto introduce nuevos controles, la presencia de un veedor fitosanitario (ingenieros agrónomos) en las localidades pero en los dos puntos centrales no logró acuerdo y el texto quedó igual. El artículo 34 define que la zona libre de sustancias químicas será hasta los 100 metros si hay una cortina vegetal y si no, hasta los 200. Desde allí se podrá fumigar con herbicidas de “banda azul y verde”, entre ellos glifosato, que se utiliza para la soja transgénica, el principal problema de la región. El artículo 33 permite fumigaciones aéreas desde los 800 metros y hasta los 3000 con controles especiales
Tessa, derrotado, da un discurso breve. “Acá hay dos valores en juego. La preservación de la vida, que considero el derecho más importante, y por otro lado la producción. Estamos retrocediendo frente a la ley vigente que es de 1995 y tiene 500 metros de resguardo. Este conflicto va a seguir”, recuerda y después sentencia: “En las orillas de los pueblos viven los más humildes”.
Otro silencio en el recinto. Ahora nadie aplaude.
Después siguen reflexiones contradictorias, como la de Susana García (Frente Progresista) que habla de los millones de toneladas de granos (se esperan 247 para 2020), de los millones de hectáreas sembradas (se pasará de 33 actuales a 42 en 2020), del crecimiento del monocultivo, del desmonte, que comparte la defensa de la vida de Tessa “pero en esta ley hay avances y por eso la apoyamos”. Norberto Nicotra (Unión PRO) también vota a favor pero critica fuerte que los intendentes o presidentes comunales pueden modificar estos límites. “¿Entonces para qué lo votamos?”, se pregunta.
“¿Cómo puede ser que estamos todos de acuerdo que faltan controles, que falla la franja libre de agrotóxicos, pero ahora votamos una ley para que sea aún menor?”, plantea Eduardo Toniolli, del Movimiento Evita (PJ). “Esto es regresivo y no es fruto del consenso. Esperemos que el Senado no lo apruebe”, añade. El también kirchnerista Leandro Busatto retoma esa idea y cuestiona el modelo sojero: “No podemos entregar los próximos 10 años con esta forma de producir e hipotecar los próximos 100 años. Años de enfermedad y abandono de la salud pública”.
Hay aplausos del otro sector de la barra. No de Isabel y Mingo, que se fueron hace rato. Cansados de esperar y sin fe. El tambero y productor agroecológico contó que él no va a dejar que lo sigan fumigando, que sus animales (tiene cerdos y gallinas) no seguirán comiendo glifosato. “Yo a las avioneta las corro a los tiros”, advirtió. La frase reciente de Tessa resuena: “Este conflicto va a seguir”.
Fuente: Rosario 3
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