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El sábado por la noche se llevó a cabo el 1er Forestal Rock en el pueblo de Villa Ana, a unos 30 kilómetros al oeste de Villa Ocampo, a la vera de la Ruta Provincial Nº 32. Sus jóvenes organizadores se mostraron contentos por el gran marco de público que colmó las instalaciones de la vieja fábrica de la Forestal.
Con un poco menos de 4000 habitantes, Villa Ana se vistió de fiesta. El pueblo es un paraje que ha crecido a la sombra de la vieja empresa explotadora de los bosques del litoral: la controvertida Forestal S.A. que significó el progreso a cuenta gotas de estas áreas que antes de su instalación , sólo era lugar habitado por aborígenes cazadores, donde existía una gran flora y una diversa fauna silvestre.
La empresa nunca se interesó en el hábitat, ni en la calidad de vida de sus trabajadores que, en suma, fueron los pilares fundamentales de su riqueza. La vida subsumida en la miseria y materializada en el pasar de los hacheros, testificada por los cuentos de Luis Landriscina y demostrada en la experiencia con la masiva emigración luego del cierre de la fábrica en los ’60, que dejó al pueblo apenas mil habitantes.
Relatos como Hubo Pago en el Obraje, dejan al descubierto esa cruda realidad monopolizadora de explotación: depredación del quebracho, matanza de indios y hacheros, monopolización de los “ramos generales”.Sí, porque hasta los productos como bebida, alimentos y de higiene; que se les vendían a los trabajadores, formaban parte del comercio manejado por estos capitales extranjeros. Una vieja forma de deuda que contraían los que trabajaban por el sólo hecho de no poseer lo suficiente.
Esta crónica que hasta este punto tiene muy poco de rockno puede mirar para otro lado. No puede negarse a repasar la historia separándose del punto de vista opresor. Es ineludible sentir como el castigado, ver el paso del tiempo desde la óptica del que dejó su vida en el monte.
Siglo XXI, las cosas indudablemente han cambiado. La fábrica se ha vestido de fiesta. Lo que alguna vez fue el epicentro de la producción (y explotación) económica del norte litoraleño, hoy se ha convertido en un espacio donde la cultura vive (y re-vive esas viejas épocas que pasaron no hace tanto). Una vez más los jóvenes fueron un ejemplo de perseverancia y organización (cualidades no televisivas). Se reunieron, fijaron objetivos y lograron el cometido, todo a pulmón.
Con lo sinuoso que suelen ser las proyecciones a futuro, y más si de montar un evento se trata, este grupo de personas lo hizo. Sin prestar demasiada atención a las complicaciones, desafíos que suelen ser problemas pero que en este caso no contaron como tales: las dificultades de traslado por ser un pueblo un tanto alejado de los “grandes centros urbanos”, la popularidad del género musical en comparación de otros más convocantes en la zona, los estigmas por ser algo desconocido y sin precedentes; nada opacó el deseo de estos pibes.
Seis bandas de la zona en escena, sonido e iluminación profesional, la estructura de aquella viejafábrica y los cientos que se acercaron hasta el lugar, crearon el ambiente ideal para un largo rato de encuentros: encuentros con el pasado, encuentros con la expresión de los músicos de la zona, encuentro con personas de muchas localidades del norte, de las que algunos muy poco conocemos.
La gente de Patada de Loco desde Las Toscas tuvo a su cargo la apertura del festival, con una lista de grandes éxitos del rocanrol nacional. El segundo turno fue para la banda ocampense Los Fulanos, seguidos por La Ratonera, un grupo de amigos de la ciudad de Malabrigo.
El heavy nacional también encontró su espacio en el festival de Villa Ana. Desde Reconquista, el grupo Gietas encabezado por Nicolás Saucedo en guitarra y voz, y acompañado por Gianluca Venetucci en segunda guitarra, Matías Benitez en batería y Paula Pelletti en bajo se hicieron presentes repasando obras de grandes representantes del rock nacional pesado: Hermética, Malón y algunos temas propios fueron la base de una nueva presentación de Grietas.
Pero sin dudas, el ambiente festivo lo aportaron los romanenses de Mama Lemín. Ese gran grupo humano que conoce en carne propia lo difícil que es la autogestión cultural, a pesar de las puertas que se abren y las otras tantas que se cierran. Con un repertorio que mezcla lo nuevo y sus clásicos (y grandes clásicos de la historia musical de afuera y de acá), los Lemins supieron darle al público lo que todos fuimos a buscar. Ranchito, A Las Provincias Unidas, pasajes que fueron desde los Skatalites a Los Redondos y hasta un tema nuevo: Va a Ser Mejor Así.
El cierre estuvo a cargo de la otra banda de Las Toscas. Diablitos de la Guarda despidieron una noche llena de reencuentros, una experiencia recomendable para los que gustan de descubrir historias y conocer cómo se vive en otros lugares. Luego el largo regreso a casa yuna simple reflexión: los pueblos no podrán ser condenados al olvido mientras siga existiendo gente avocada a mantener estos espacios vitales,perecer es imposible cuando cultura sigue viva. Esperamos que este sea sólo el comienzo.
Por Juan José Storti |Edición Vera|
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