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Tiene síndrome de Down y a los 18 años está por terminar la secundaria y recibirse de Bachiller en Educación Física en el colegio de Newell's. Su caso despierta admiración.
Gonzalo es amor, químicamente puro. Es una sonrisa, todos los días. Es la luz de los ojos de su madre, el férreo orgullo de su padre y la inspiradora complicidad con sus hermanas. Es un auténtico ejemplo de inclusión y superación. El pujante protagonista de su propia historia. El papel principal de una obra conmovedora, aleccionadora, a la que todavía le restan muchos capítulos, gracias a la firmeza de su familia, la asistencia de buenos profesionales y a las manos siempre extendidas de sus amigos. Gonzalo Reynoso tiene 18 años, está terminando quinto año en la escuela de Newell's (Cienob), y se recibirá de Bachiller en Educación Física. A la par del resto. Su caso despierta admiración, reconocimientos y demuestra que el síndrome de Down no debe ser entendido como un obstáculo, sino como una magnífica oportunidad para soñar una nueva vida.
Gonzalo es fanático leproso, amigo de sus amigos. Se maneja mucho solo, va al gimnasio y hace natación para mantenerse en forma. Elegante hasta el detalle, elige con cuidado la ropa que usa. Enamoradizo recurrente, su corazón es un motor inquieto. Artista por vocación, quiere estudiar teatro el próximo año.
Le gusta estudiar, pintar con colores fuertes y escuchar música de todas las épocas. En su lista de favoritos se encuentran Bon Jovi, Luis Alberto Spinetta, Luciano Pereyra y Abel Pintos. "Es un chico feliz, que contagia alegría en todo lo que hace", destaca Miriam, su madre y su bastón más cercano.
En estos días, Gonzalo está focalizado en los preparativos para la fiesta de graduación. El lunes 30 tiene la celebración en Puerto España, para eso ya eligió un impecable traje negro, una camisa moderna y una corbata violeta para ponerle color a una noche que seguramente imaginó mil veces. En tanto, el 1º de diciembre tiene la ceremonia oficial en el colegio.
"Estoy muy contento. Muy orgulloso de llegar a quinto año con mis amigos. Pasé muchas cosas lindas con ellos. Quiero seguir estudiando y me gustaría seguir teatro", señaló Gonzalo, en un encantadora charla alrededor de la mesa del comedor del departamento céntrico en el que vive junto a Miriam, su padre Gabriel, y sus hermanas Romina (26) y Eugenia (17).
Gonzalo hizo el jardín en Capullito (Pueyrredón y Pellegrini), realizó la escuela primaria en la Cornelio Saavedra (Ricchieri y Pellegrini), y por ser muy hincha de Newell's eligió el secundario en el Cienob (Corrientes al 1800). Siempre mostró predisposición y gusto por el estudio, y evidentemente Dios le regaló las personas correctas a su lado.
"Quiero agradecerle a todas las personas y profesionales que nos ayudaron de alguna u otra manera para llegar hasta acá", se encargó de remarcar Miriam.
En ese sentido, apuntó al psicólogo Angel Ayuso, a la profesora Analía Gomítolo, al director actual del Cienob, Ezequiel López, y a la vice Mariela Conte.
La madre también se encargó de recordar el rol determinante de Martín Ferullo, el primer director que tuvo Gonzalo en el Cienob, cuando no tenían ni obra social, ni asistencia de profesionales y las prepagas les cerraban las puertas. "El fue el que nos dio el puntapié inicial para poder ingresarlo a ese colegio. Nunca había trabajado con chicos especiales, y sin embargo se animó a tomar a Gonzalo y nos animó a nosotros. Fue sin dudas un gran desafío y una experiencia increíble", rememoró Miriam.
"Ese director nos dijo: «Gonzalo va a aprender mucho en la escuela, pero estoy seguro de que nosotros vamos a aprender mucho más de él»", ponderó Gabriel, el padre, con la voz cortada de emoción.
Para transitar con éxito la secundaria, Gonzalo aportó su espíritu, sus ansias y sus hábitos de estudio, pero también hubo elogiables gestos de buena voluntad por parte de todo su entorno. "El se maneja mejor en imprenta mayúscula y minúscula, por eso todos los profesores y los compañeros decidieron utilizar esa letra en los pizarrones durante los cinco años. Es que Gonzalo iba tan bien en la escuela que parecía una picardía que se atrasara por forzarle la cursiva. Todos le dieron para adelante, y mirá donde llegó", graficó su madre.
Ahora, con el objetivo de recibirse a punto de cumplirse, a él y a su familia lo llaman desde otros puntos del país para exponer su fascinante experiencia. "A mí me gustaría decirles a otros chicos que se animen a estudiar, que se puede. Hay que tener constancia y darle para adelante. Hay que esforzarse y tener ganas de aprender las cosas de la vida", sostuvo con su sonrisa innegociable.
En el final de la charla, Miriam dejó un mensaje esperanzador para las familias que tienen chicos con síndrome de Down. "Este ejemplo tiene que servir para decirles que no se asusten, que es algo maravilloso. El primer día llorás mucho y te preguntás mil cosas, porque te sentís perdida. Pero con los años, mirando para atrás, no entiendo cómo pude haber llorado. Es que en ese momento no vi que nacía una gran alegría, que cambió nuestras vidas para bien. Estos chicos cuando crecen son puro amor, brillan, no tienen maldad. Hay que acompañarlos, pero son algo maravilloso. Ahora siento que fue una gracia de Dios, una bendición que hoy nos alegra cada día", reveló a modo de emotiva reflexión./La Capital/
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